lunes, 11 de noviembre de 2013

SILENCIO

El demonio toca la cabeza de un hombre en su sepulcro  y  hace que él  es vea la historia y comienza un relato en donde que se desarrolla en Libia a las orillas del río Zaire.
Allí en donde no hay silencio ni reposo, esas aguas que no van hacia el mar tienen un tinte rojizo y pálido y a cada lado en el fango del río se encuentran  nenúfares que se extienden a muchos kilómetros. Estos que parecen suspirar entre sí en su eterna soledad, se encuentran con una frontera que parece una selva densa, oscura y sombría; donde los arboles están en una perpetua agitación a pesar de que no hay viento en el cielo, en donde sus copas se filtra gota a gota un eterno roció y sus raíces se retuercen en un inquieto  sueño  extrañas  las flores venenosas. En lo alto sobre las copas de  los arboles nubes de plomo se precipitan hasta que se vierten detrás del muro como una catarata yaciendo del horizonte.

Era de noche, llovía y la lluvia habiendo caído era sangre, él estaba en el pantano dentro de los grandes nenúfares y la lluvia caía sobre su cabeza. Cuando de pronto entre la niebla se vio una luna roja que alumbraba una roca gris que el hombre miraba fijamente.  Esta roca era siniestra y altísima, en ella habían unos caracteres grabados que él no pudo descifrar sin embargo retrocedió miro la luna de un rojo más vivo y voltio a mirar nuevamente la piedra hasta que al fin pudo leer lo que en ella decía: “DESOLACIÓN”. Cuando él voltio la mirada en ella se encontraba un hombre que tenía una mirada imponente, se envolvía en una toga de la antigua roma; su perfil tenía una divinidad y en sus mejillas se lograba descifrar la desolación y asco por la humanidad. Él escondido entre los nenúfares decide contemplar al hombre para no perder de vista las acciones que este hacia; logro notar la desolación de aquel hombre que temblaba mirando hacia la luna, este hombre sentado sobre la roca escuchaba los suspiros de los nenúfares.

Entre tanto él se sumergía entre los nenúfares  y llamaba a los hipopótamos quienes atendían sus llamados y se acercaban a la roca y en tan solo un momento el soplo de brisa se convertía en una fuerte tempestad que descendía de los cielos; que hacía que el río se desbordara, que el bosque  se agitara por el viento y que rayos y relámpagos se escucharan; pero este hombre en su soledad temblaba y seguía allí sentado. Por otra parte él allí sentado en su escondite maldecía con la maldición del silencio a los nenúfares, a los árboles, al trueno y al río que por su maldición de repente se callaron;  ya el trueno alumbraba pero no sonaba, los arboles cesaron de mecerse y los nenúfares dejaron de suspirar; él decidió mirar la piedra y noto que sus caracteres ya no decían lo mismo; decían: “SILENCIO”. Sus ojos miraron el rostro de ese hombre que estaba pálido de terror, quien volteo la mirada a la piedra y noto que los caracteres decían silencio; asombrado huyo lejos apresuradamente; y él ya no lo vio más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario