Allí en donde no hay silencio ni reposo, esas aguas que no van hacia el
mar tienen un tinte rojizo y pálido y a cada lado en el fango del río se
encuentran nenúfares que se extienden a
muchos kilómetros. Estos que parecen suspirar entre sí en su eterna soledad, se
encuentran con una frontera que parece una selva densa, oscura y sombría; donde
los arboles están en una perpetua agitación a pesar de que no hay viento en el
cielo, en donde sus copas se filtra gota a gota un eterno roció y sus raíces se
retuercen en un inquieto sueño extrañas las flores venenosas. En lo alto sobre las
copas de los arboles nubes de plomo se
precipitan hasta que se vierten detrás del muro como una catarata yaciendo del
horizonte.
Era de noche, llovía y la lluvia habiendo caído era sangre, él estaba en
el pantano dentro de los grandes nenúfares y la lluvia caía sobre su cabeza. Cuando
de pronto entre la niebla se vio una luna roja que alumbraba una roca gris que
el hombre miraba fijamente. Esta roca
era siniestra y altísima, en ella habían unos caracteres grabados que él no
pudo descifrar sin embargo retrocedió miro la luna de un rojo más vivo y voltio
a mirar nuevamente la piedra hasta que al fin pudo leer lo que en ella decía: “DESOLACIÓN”.
Cuando él voltio la mirada en ella se encontraba un hombre que tenía una mirada
imponente, se envolvía en una toga de la antigua roma; su perfil tenía una
divinidad y en sus mejillas se lograba descifrar la desolación y asco por la
humanidad. Él escondido entre los nenúfares decide contemplar al hombre para no
perder de vista las acciones que este hacia; logro notar la desolación de aquel
hombre que temblaba mirando hacia la luna, este hombre sentado sobre la roca
escuchaba los suspiros de los nenúfares.
Entre tanto él se sumergía entre los nenúfares y llamaba a los hipopótamos quienes atendían sus
llamados y se acercaban a la roca y en tan solo un momento el soplo de brisa se
convertía en una fuerte tempestad que descendía de los cielos; que hacía que el
río se desbordara, que el bosque se agitara
por el viento y que rayos y relámpagos se escucharan; pero este hombre en su
soledad temblaba y seguía allí sentado. Por otra parte él allí sentado en su
escondite maldecía con la maldición del silencio a los nenúfares, a los árboles,
al trueno y al río que por su maldición de repente se callaron; ya el trueno alumbraba pero no sonaba, los
arboles cesaron de mecerse y los nenúfares dejaron de suspirar; él decidió mirar
la piedra y noto que sus caracteres ya no decían lo mismo; decían: “SILENCIO”.
Sus ojos miraron el rostro de ese hombre que estaba pálido de terror, quien
volteo la mirada a la piedra y noto que los caracteres decían silencio; asombrado
huyo lejos apresuradamente; y él ya no lo vio más.
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